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Vita Antonii VIDA DE SAN ANTONIO ABAD Por San Atanasio de Alejandría ( Año 357).

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FINALIDAD

Raimundo Panikkar ha hablado del monacato como de un "arqutipo humano", subrayando así que existe una dimensión monástica en el seno de todo ser humano y que los que se llaman "monjes" son aquellos que organizan su vida en torno a esta dimensión profundamente humana. Esto explica que se encuentre una forma de monacato en casi todas las grandes tradiciones religiosas de la humanidad que han alcanzado un nivel suficiente de espiritualización. De una tradición a otra, de un siglo a otro, las manifestaciones exteriores del ascetismo no son muy diferentes – la imaginación humana tiene sus límites. Lo que sí es radicalmente diferente de una tradición a otra es el objetivo de esta ascesis y la significación última que se le da.

La cuestión de los orígenes del monacato cristiano aparece periódicamente sobre el tapete. Sin duda porque es una cuestión a la que nunca se dará una respuesta totalmente satisfactoria: nuevos descubrimientos en muchas disciplinas conexas le prestan sin cesar perspectivas diferentes.

Junto a estas aportaciones especificas del monacato, actualmente las aportaciones a una eclesiologia del laicado, urgen el estudio de la espiritualidad laical y por supuesto la que ha sido considerada espiritualidad clásica de la iglesia: la consagrada y monacal.

A partir de los años posteriores del Concilio se revalorizo la teología laical junto a la clásica del monacato cristiano. La espiritualidad laical florece dentro de la espiritualidad cristiana y no tiene porqué derivarse de la sacerdotal o monacal. Sin embargo, no parece que deba identificarse, sin más matices, la espiritualidad cristiana con la espiritualidad laical.

Lo especifico de la espiritualidad laical halla su clave más acertada en la índole secular o mundana. El Vaticano II deja claro la nota de secularidad típica del laico o seglar (la misma palabra seglar procede de la raíz saeculum: mundo) Citemos textualmente LG 31: a los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios.

Esta índole secular como nota específica de los laicos, da una autonomía y consistencia a la realidad mundana, temporal, histórica. El seguimiento de Jesús lo realiza el laico, principalmente, a través de la vida familiar y de la actividad humana. La profesión, el matrimonio, la política, el progreso ciudadano son elementos a tener muy en cuenta de cara a la espiritualidad laical.

El Espiritu Santo habló a toda la Iglesia a través del Concilio Vaticano II. Muchas son las sugerencias, esperanzas y perspectivas de presente y futuro que emanan del Concilio, pero entre ellas destacan una básica: es la necesidad de la escucha atenta de la voz del Espiritu, la espiritualidad cristiana aparece con toda su riqueza como el fruto de hacer caso a la voz del Espiritu Santo, por esa razón, nosotros nos proponemos aqui volver a los origenes de las comunidades cristianas, cuando despues de Pentecostes, empezaron a tener existencia, formas distintas de espiritualidad, siendo todas ellas fruto de la escucha del Espiritu Santo, el mismo Espiritu que continua dirigiendo hoy su voz a lo más intimo del corazón de los creyentes.

De esas formas de espiritualidad y de vida cristiana, constatamos que existía en la época de Cristo, en todo el que se llama Oriente Medio, y particularmente en el judaísmo tardío, una corriente ascética y mística. Juan Bautista, con su bautismo de penitencia, se sitúa de lleno en esa corriente por su estilo de vida y su predicación, independientemente de su pertenencia o no a la secta de los esenios. Jesús haciéndose bautizar por Juan asumió ese movimiento – un gesto cuya importancia capital no ha sido subrayada suficientemente. Y, evidentemente, al asumirlo, le ha dado un sentido radicalmente nuevo.

Jesús mismo vivió con sus discípulos una forma de vida comunitaria que tenía mucho más en común con esta tradición que con las tradiciones de los rabinos de su tiempo, e incluso de los profetas del Antiguo Testamento. Esta es la razón, por otra parte, de que la expresión "vida apostólica" en la literatura monástica primitiva significará, ante todo, esta vida de los Apóstoles con Jesús. Este presenta exigencias extremadamente radicales a cuantos quieren comprometerse en su seguimiento. Así, cuando tras la muerte de Jesús, algunos Cristianos quisieron adoptar como modo permanente de vida las radicales llamadas de Jesús al celibato, la renuncia total, la pobreza, etc. contaban no sólo con el ejemplo de Jesús, sino que encontraban también estructuras humanas de expresión en las formas contemporáneas de ascesis y en el arquetipo monástico impreso en el fondo de su alma.

Un ascetismo cristiano extremadamente radical se desarrolló muy pronto, especialmente en las iglesias judeo-cristianas, más sensibles a la radicalidad del evangelio de Lucas y también al carácter transformante del bautismo en el Espíritu que las Iglesias bajo la influencia de Pablo. Fue la comunidad cristiana entera la que, en ciertos momentos, tuvo en estas Iglesias una existencia "monástica". Poco a poco se dibujó en el seno de la comunidad eclesial la conciencia de que no todos estaban llamados a seguir a Cristo por el mismo camino y se precisó una vía monástica distinta de la del resto de los fieles.

Cuando se leen escritos monásticos de los monjes cristianos del siglo IV, es muy evidente que ellos se retiraban al desierto o se agrupaban en las fraternidades urbanas basilianas para seguir a Cristo y para dejarse transformar a su imagen bajo la acción del Espíritu Santo. Pero no se puede ignorar que, según la propia ley de la Encarnación, se veían condicionados en la realización de su "proyecto" por el contexto religioso y sociocultural en el que vivían.

Las comunidades de Terapeutas y de Esenios, cuya presencia en Egipto menciona Filón, tenían bastante en común con las comunidades cristianas para que el historiador Sócrates, escribiendo algunos siglos más tarde, se equivoque y las considere como agrupaciones cristianas. Hubo, ciertamente, contactos e influencias mutuas entre esos grupos y las comunidades cristianas. El error sería buscar entre unos y otras una dependencia o una continuidad histórica. Siguiendo con Egipto, no se puede negar que el gnosticismo, movimiento muy abigarrado aquí, al lado de expresiones aberrantes, expresaba y transmitía una sed grande de experiencia espiritual y estaba muy extendido en Egipto poco antes del gran desarrollo del monacato cristiano a finales del siglo III. No hace falta decir que el monacato cristiano no debe su origen al gnosticismo: es evidente.

En realidad, la imagen que se dibuja es la de un gran movimiento espiritual que se desarrolla durante esos primeros siglos de nuestra era, a la vez en el cristianismo y al margen de él. Este movimiento comporta aspectos sublimes y también aberraciones. Existen entre las diversas corrientes que lo constituyen influencias recíprocas que van y vienen en todas direcciones. Agrupaciones de origen no cristiano sufren a veces una fuerte influencia del cristianismo, mientras algunos movimientos cristianos sufren influencias extrañas hasta el punto de convertirse en herejías. El discernimiento se hace paulatinamente en la Iglesia a través de la vida y de la experiencia, como también del "sensus fidei" del pueblo cristiano, hasta que la nueva situación creada en la Iglesia constantiniana permita la celebración de Sínodos, en los que los obispos tendrán la autoridad requerida para hacer clara la demarcación entre ortodoxia y heterodoxia.

Cuando, finalmente, se dibujó una forma de vida cristiana más estructurada y reconocida, utilizando los modos exteriores de expresiones comunes a los ascetas de todos los tiempos y de todas las tradiciones, pero expresando una búsqueda espiritual enraizada en el evangelio y vivida bajo la dirección del Espíritu, se comienza a hablar de "monacato". Es el resultado de una larga evolución, y estamos en presencia de lo que hoy se llamaría una ‘inculuración’. El monacato cristiano es así la primera – y quizás la mejor lograda, de las formas de inculturación. Es decir, que es el encuentro del mensaje evangélico sobre la vida perfecta con una tradición ascética muchas veces secular expresando las aspiraciones más profundas del alma humana creada a imagen de Dios. Este encuentro entre tradición humana – enraizada en un arquetipo humano – se había enriquecido encontrando en él su significación última; por otra parte, el mensaje cristiano se enriquecía también al encontrar una particular forma de expresión. Este encuentro y este enriquecimiento mutuo constituyen la naturaleza misma de la inculturación.

Veremos a lo largo de las distintas páginas de este sitio web, como el monacato surgió como un rechazo a la organización de la sociedad y de la Iglesia imperantes en esta época crítica que ve el final de la Antigüedad. En el siglo IV se presenta como un movimiento de masas que va penetrando en todos los ámbitos sociales y que pone en peligro incluso la solidez de la Iglesia jerárquica. Lo que en un principio había sido un movimiento de campesinos incultos y desarraigados de Egipto, a mediados del siglo IV había calado entre las clases urbanas y las aristocracias de Oriente y Occidente poniendo en tela de juicio los valores en que se basaban la sociedad civil y la Iglesia. San Basilio es el típico representante de esta aristocracia urbana y cultivada que se vio profundamente atraída por los ideales de la vida retirada que emanan del monacato, pero en un momento dado de su vida logró hacerlos compatibles con su formación en la cultura griega y su apego a las formas de vida urbana en que se expresaba la civilización antigua. La ciudad antigua tenía en Oriente una tradición y arraigo que no había alcanzado en Occidente. La Iglesia era un producto típicamente urbano que como institución estaba reemplazando las funciones que durante siglos habían desempeñado las élites civiles paganas. La labor de Basilio consistió precisamente en integrar también los ideales monásticos en la vida urbana y ponerlos al servicio de los obispos y de la Iglesia institucional. Este proceso se produjo en la parte oriental del Imperio. El Occidente siguió otros derroteros y el monacato aquí sirvió seguramente para desintegrar más una sociedad ya profundamente dividida.

No puede comprenderse la historia posterior del Oriente bizantino sin esta integración que se produjo entre la ciudad, el obispo y los monjes y que aseguró la perduración durante siglos de los ideales y las formas de vida organizada que había creado la Antigüedad. Los monjes pasaron a constituir en las ciudades orientales un elemento activo, díscolo y perturbador muchas veces, que participa en todos los disturbios sociales y religiosos, pero los obispos supieron utilizarlos para apuntalar su situación como máxima autoridad en la ciudad reemplazando a las viejas magistraturas urbanas. El destino de Occidente fue muy diverso. Allí el monacato sirvió seguramente para desintegrar aún más una sociedad que ya estaba profundamente dividida. La historia del monacato occidental es otra historia distinta. San Benito se inspirará en san Basilio, pero el monacato que implanta se corresponde con unos ideales y una sociedad totalmente diferente. San Benito abandonó Roma para retirarse a Subiaco y Monte Casino; San Basilio abandonó su retiro del Ponto para integrarse en su ciudad natal. El destino de una y otra parte del Imperio fue totalmente diferente: la diversa fortuna del monacato entre finales del IV y comienzos del V marcan claramente las diferencias entre dos tipos de sociedad. Esto no significa no reconocer el papel desempeñado por el monacato occidental en la conservación de la cultura antigua, sino que esto se realizaría en Occidente de distinta forma, hasta evolucionar (siglos mas tarde) a las formas políticas y religiosas típicas de la sociedad medieval de cuño latino, cuya realidad era absolutamente diferente a la del Mundo bizantino medieval bajo

Desde entonces, a lo largo de toda la historia del monacato, los momentos de grandes desarrollos, de renovación o de reforma estuvieron donde, con ocasión de una transformación cultural más profunda, monjes y monjas fueron particularmente sensibles a las aspiraciones espirituales de los hombres y mujeres de su tiempo y supieron dar, a través de su vida y en la línea de su tradición, respuestas válidas no sólo para ellos sino también para sus contemporáneos.

En estos momentos de la historia de la Iglesia el interés por el monacato y su espiritualidad viene aumentado por las aportaciones a la eclesiologia del Concilio Vaticano II.

Las nuevas situaciones de la sociedad secularizada son un nuevo aliciente para profundizar en los orígenes del monacato y su presencia en la situación actual de la Iglesia , en estos inicios del siglo XXI.